NATALICIO
DE CECILIO ACOSTA
1 de
febrero de 1818 - 8 de julio de 1881
Sabio y humanista, fue un fino poeta,
ensayista, orador, periodista y político escrupuloso. Nació en San Diego de los
Altos, Estado Miranda, el primero de febrero de 1818. Hasta los 13 años de edad
vivió la tranquilidad bucólica de su lar
nativo, donde recibió la primera educación de parte del presbítero
Mariano Fernández Fortique.
Trasladada su familia a Caracas,
Cecilio Acosta ingreso al Seminario donde estudio latín, filosofía e historia
sagrada. En 1838 recibe el grado de bachiller en filosofía. Resuelto a no
continuar la carrera sacerdotal, se inscribe en 1840 en la universidad de
Caracas. De constitución enfermiza y sumamente pobre en materia económica, su
época de estudiando es una época de sacrificio y privaciones. En 1848 va a
culminar su carrera, cuando en octubre recibe el grado de licenciado en Derecho
Civil y en diciembre el título de Abogado.
Comenzó a ejercer su profesión en medio
de una tormentosa situación política en el país. Se hace solida su condición de
educador, escribe los principales periódicos y llega a los títulos suficientes
de la secretaria de facultad de humanidades de la universidad.
Muchos de los artículos polémicos
llevan los seudónimos de Tullius o de Niemand.
Toda la obra de Cecilio Acosta es la
doctrina de un hombre puro, de una conciencia limpia. En materia de política se
sentía liberal: “La grande escuela, la
liberal, la mía es la que respeta la conciencia como un santuario, la ley como
una institución, la libertad como un derecho, la inteligencia como una guía y
la virtud como un título de merecimiento para ser considerada, y un diploma que
habilita para desempeñar con rectitud los puestos del Estado”.
Modelo de exquisita sensibilidad y
belleza en su poema La cosita blanca.
Y su trabajo Cosas sabidas y cosas por
saberse es lo más sólido que pudo producir Acosta. En 1869 fue electo
miembro correspondiente de la Gran Academia Española de la Lengua. Cuando
murió, el 8 de Julio de 1881, el gran poeta cubano Jose Martí escribió una
bellísima necrología que comenzaba con esta frase: “Ya está hueca y sin lumbre, aquella cabeza altiva, que fue una de
tanta idea grandiosa”.
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